Siempre he mantenido que Bruselas no es un buen lugar para
comprar cerveza… al menos, no en las tiendas “especializadas” en turistas ávidos
por llevarse en la maleta la primera cerveza belga que encuentren.
- ¿Entonces? ¿Qué
narices hago mirando hipnóticamente estas estanterías repletas de cervezas
Tilquin?
Vuelvo mi mirada al precio y digo:
- Venga ya!!!
Así que finalmente dirijo mis pasos hacia otra vitrina del
segundo piso de la tienda en la que me encuentro, más por curiosidad que por
otra cosa.
Pero, incomprensiblemente me encuentro de nuevo delante de
las estanterías de las Tilquin…
- Pero hombre!!! ¿Qué
haces aquí de nuevo? – pienso con cierta preocupación.
Ciertamente hace mucho tiempo que no bebo una Tilquin y es
la primera vez en todo el viaje que se me ponen a tiro.
Ya conocéis la frase “Solo te arrepientes de lo que no
haces”… pues no se diga dos veces, una Tilquin
Gueuze y una Oude Quetsche ambas
a un módico precio especialmente ajustado para el iluso turista…
Un exceso, sobre todo teniendo en cuenta que a media hora de
coche puedo comprarlas por la mitad de este precio, como hice en ocasiones
anteriores, pero en este viaje no hay tiempo.
La compra impulsiva esta consumada, o casi, bajo al primer
piso de la tienda donde se encuentra la caja y coloco las dos botellas sobre el
mostrador.
El dependiente jovenzuelo coge con desgana la botella de la
Tilquin Quetsche, la más cara de las dos, y pasa la botella por el lector de
código de barras… y continuación dice en un perfecto francés:
- Son 16 euros.
Teniendo en cuenta que la Quetsche cuesta el doble que la
Gueuze la cosa no va a quedar aquí, así que le advierto de su error:
- ¿Cómo? No es correcto, tiene que pasar la otra botella,
tienen precio diferente” - Le contesto en inglés dado que mi dominio del
francés da para algún saludo y entenderlo malamente.
El chico que a duras penas se expresa queriendo decir “lo
siento no hablo inglés” y vuelve a repetir el precio de 16 euros.
Os prometo que soy una persona afable y a la que resulta difícil
enojar, pero tras una conversación de besugo, termina por sacarme de mis
casillas. Incluso en un momento dudo de que pueda haber mirado mal el precio,
subo al segundo piso y compruebo el precio… exacto 8 y 4 euros.
Bien es cierto, que las etiquetas son muy similares, pero
eso no justifica la actitud cerrada del dependiente, así que bajo enojado,
coloco las dos botellas al lado y comienzo:
- Mira vamos a jugar al juego de las 3 diferencias - chapurreo
malamente.
- Un!!! Aunque con esta luz no se distingue muy bien, las etiquetas
tienen color parecido pero diferente. El color de fondo… diferente, el color de
las líneas… diferente, el color de las letras... diferente.
- Deux!!! ¿sabe leer? Aquí pone “Gueuze” y en esta otra
botella “Quetsche”.
Veo, que a pesar de las evidentes diferencias, el dependiente sigue en actitud pasota, de “que me estás contando,
paga y vete”… así que no tengo más remedio que pasar a la tercera diferencia.
- Trois!!! – le susurre al oído como en las películas de
terror - …. El precio.
Cogí rápidamente el lector y lo pasé por el código de barras
de la botella de la Tilquin Gueuze antes de que el dependiente pudiese decir ni "mu".
El precio sensiblemente más barato apareció en la pantalla…
la cara del dependiente muto a una mueca mezcla de sorpresa y terror, y comenzó
a pedir disculpas de manera tan indigna que incluso hizo sentirme mal, así que
procedí a tranquilizarle.
Finalmente me llevé mis Tilquin, eso sí, a precio turista y algún regalo que el dependiente tuvo a bien darme para compensar mi monumental enfado.
Bueno, pues esto ha sido todo. Este relato nos permite reflexionar sobre los precios, las compras impulsivas, sobre lo difícil que es en ocasiones entenderse y distinguir si hay mala fe o simplemente descuido.
Pero la pregunta es… ¿Qué hubiera hecho si hubiera pasado el
precio de la cerveza más barata?
Nota: Tilquin Situada en Bierghes, en el valle del río
Senne, es el único “blender” de gueuze de Valonia y el último en unirse a la
tradicional familia de las Lambics belgas. Al frente Pierre Tilquin, un joven,
que domina el viejo arte de mezclar lambics como pocos. Partiendo de los
brebajes de Lindemans, Cantillon o Boon ha sido capaz de convertir sus
productos en verdaderas maravillas… sutiles, equilibradas y muy valoradas por
los amantes del estilo.
jajajjaa buena historia :-D
ResponderEliminarTú eres de los míos, no pasas por el aro porque sí, o por no discutir, si algo vale X, no hay que pagar X+Y ;-)
Un saludo!
Pues no... aunque lo normal hubiese sido que dijera "a ese precio no me interesan, ahí se quedan"... pero el dependiente mostró tal indiferencia (imposible de transmitir en este post) que se convirtió en una cuestión personal.
EliminarSaludos Adri!!!
Si hubiera pasado el precio de la más barata en mi caso yo me hubiera callado, jur jur jur
ResponderEliminarUn saludo
uff yo creo que también, ¿es preocupante doctor?
EliminarSaludos compañero!!!